Querida amante enamorada. Sé cuánto sufres. Sé lo que sientes. Sé que las noches son tan negras que tiñen de oscuro tus muñecas. Sé que las tardes son tan largas que tus uñas crecen sin medida. Sé que las mañanas son tan frías que tus ojos se entumecen y congelan. Lo sé. Y con saberlo no basta, me dices, pero lo sé. Y porque lo sé susurro que vuelvas la mirada y te vayas lejos, donde el horizonte pierde su nombre para convertirse en anhelo. Huye de la sombra, de la ruina y la barbarie. Huye por las calles que se alfombran de pasado y que te dicen adiós, con esas manos de muerte que se agitan pestilentes. Cambia. Cambia tus palabras, tus abrazos, cambia tus besos, cambia de perfume, pero cambia. Vuélvete una extraña en medio de la nieve roja del lujo y la orgía. Cámbiame por todo lo demás. Y tras hundirte, tras huir y tras cambiar, te darás cuenta de que eres la misma de siempre. De que el calor está donde estaba el calor. De que el futuro no se ha movido de su lugar. De que el amor... ¡ay, el amor!... sigue en la misma cloaca en que lo arrojaste. Nada más. Olvidaste despedirte. Pero nada más.
martes, 25 de marzo de 2008
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